POUND

VINTRENS



A los 18 conocí a Ezra Pound, ahora lo puedo decir sin temor a exagerar: a esa edad me marcó. Ya admiraba a Nervo, a Bécquer, a Góngora, a Paz y a Enrique González Martínez, pero conocer a Pound fue una experiencia mínimamente impresionante. A esa edad es comprensible, adopté, ¡qué diablos!, ¡miento!, copié sin rigor ni ética el estilo imaginista de Pound, hice cientos de pequeñas y no tan pequeñas piezas imaginistas, quizá demasiadas. Las leo aún, en alguna rara ocasión de morbosa curiosidad, así como están, guardadas, así seguirán por siempre, de todas ni una sola vale la pena publicar, así es, así es esto. Pero el leer esos remedos de poesía me provoca otras sensasiones, aunque me avergüenza mi torpeza y desembocadura. Es algo casi siniestro, un botón, una lima, un olor que nos remite otros tiempos. Es un misterio. Ningún valor literario, pero cierto valor entrañable para mí, un dejo de nostalgia, y una palabra, Libertad.
A los 18 conocí a Ezra Pound, fue gracias a un compañero poeta obsesionado con el imaginismo, el surrealismo, el dadaísmo, el futurismo, y los poetas malditos. Me presentó Los cantares completos, la impecable versión de Vázquez Amaral. Todo era grande en ese libro, un ladrillo, con la foto del maestro en un close up supuestamente revelador que presentaba más bien un rostro impenetrable marcado por los años y las decepciones, pero orgulloso, magnánimo. Pero más grande era su cometido literario, el de hacer un nuevo Cantar de cantares, o del Cid campeador, o de Rolando. No pude menos que admirarlo. Su abierto apoyo al fascismo italiano me incomodó poco, ¡pero qué rayos!, de lo que menos daba cuenta su poesía era de una pluma fascista, al menos no en su obra personal, por el contrario, la tolerancia y la libertad se imponen en todos y cada uno de sus cantos, en mérito y demérito por igual. Salvo en aquellos momentos de grandilocuencia exacerbada y antisemita cuando Ezra nos dice: "El mal es usura". Para mí era un viejo tierno y testarudo, sin remedio. Quizá una imagen concebida más por la foto con su rostro surcado por completo de arrugas y su cabellera peinada, como lo hacía desde muchacho, como si lo hubiera pescado un ventarrón, o como si hubiera conducido un descapotado a grandes velocidades. Ese rostro impenetrable tenía el impacto de decir a veces más de lo que decía su escritura. Tanto a mis 18 como a mis 30 la lectura de Pound sigue siendo en gran medida un gran misterio. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, quizá sea cierto, quizá dependa de quien enuncie esas mil palabras. Pound era un maestro de la enunciación. Un maestro, al igual que Góngora, Joyce y Elizondo, oscuro.

No hay comentarios: