La incapacidad de nuestro lenguaje para comunicar de forma directa lo que se concibe en nuestros pensamientos es una de las razones (posibles) para la tristeza del pensamiento, según George Steiner[1]. El concebir algo en nuestra mente y después tratar de expresarlo a los demás es una empresa cuya principal herramienta, el lenguaje, es en demasía limitada, por lo que hace que el mensaje que se quiere comunicar sea sólo un reflejo de lo que se piensa. Para Steiner la música sería la herramienta más eficaz para trasmitir nuestros pensamientos más puros, aquellos que el lenguaje no puede enunciar, que uno no puede comprender con palabras, pero sí con otro tipo de sensaciones acaso más cercanas al instinto.
El pensamiento en nuestra cabeza en ocasiones se asemeja más a un torbellino incomprensible, que de hecho resulta imposible enunciarlo con propiedad, una eterna frustración que es un estigma insondable para el hombre. “El dominio del pensamiento, de la misteriosa rapidez del pensamiento, exalta al hombre por encima de todos los demás seres vivientes. Sin embargo, lo deja convertido en un extraño para sí mismo y para la enormidad del mundo.”[2] Si nosotros mismos no podemos enunciar lo que existe en nuestra cabeza, si al poner el pensamiento en palabras parece desmoronarse como castillos de arena en un vendaval cómo es posible que los demás nos comprendan, cómo saber si lo que escuchamos es realmente lo que se nos quiere decir. “La tristeza, eine dem Leben anklebende Traurigkeit, diez veces.”[3]
Pero la música nos acerca a los abismos del pensamiento, nos ayuda a sondearlos, “no es el debate teológico o filosófico el que arrastra al pensamiento hasta los mismos límites de sus indispensables y siempre renovados ‘callejones sin salida’. Es a mi juicio la música, ese medio seductor de una intuición reveladora más allá de las palabras, más allá del bien y del mal, en el cual el papel del pensamiento tal como podemos comprenderlo sigue siendo profundamente elusivo. Pensamientos demasiado profundos no tanto para las lágrimas como para el propio pensamiento.”[4]
La literatura estaría en desventaja con respecto a la música a la hora de transmitir o plasmar los pensamientos más puros por su subordinación a la lengua, y más aún: a la lengua escrita. Probablemente, los pensamientos puros, los que aún no han sido corrompidos por el lenguaje habitual, carecen de la lógica que la lengua exige. El lenguaje es a la vez vehículo y frontera del pensamiento. El lenguaje es siempre el límite a la hora de la enunciación, y la música puede surcar esa frontera. Una insondable para las letras, cuyos intentos por llegar a esa pureza de pensamiento -dadaísmo, surrealismo-, se han quedado en meras anécdotas de la historia de la literatura. Porque lo mejor de la literatura es su lógica, su íntima complicidad con el lenguaje, y la multiplicidad de éste para enunciar la realidad. “La realidad, al pasar por la literatura, se organiza y cambia"[5] dice Rossi, y también: "una carta a un hermano puede escribirse de muchísimas maneras: pensar -¡señores!- es descubrir ese hecho espantoso."[6] La literatura es expresión del pensamiento procesado, la música es expresión del pensamiento primordial.
[1] George Steiner, Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento.
[2] Ídem.
[3] Ídem.
[4] Ídem.
El pensamiento en nuestra cabeza en ocasiones se asemeja más a un torbellino incomprensible, que de hecho resulta imposible enunciarlo con propiedad, una eterna frustración que es un estigma insondable para el hombre. “El dominio del pensamiento, de la misteriosa rapidez del pensamiento, exalta al hombre por encima de todos los demás seres vivientes. Sin embargo, lo deja convertido en un extraño para sí mismo y para la enormidad del mundo.”[2] Si nosotros mismos no podemos enunciar lo que existe en nuestra cabeza, si al poner el pensamiento en palabras parece desmoronarse como castillos de arena en un vendaval cómo es posible que los demás nos comprendan, cómo saber si lo que escuchamos es realmente lo que se nos quiere decir. “La tristeza, eine dem Leben anklebende Traurigkeit, diez veces.”[3]
Pero la música nos acerca a los abismos del pensamiento, nos ayuda a sondearlos, “no es el debate teológico o filosófico el que arrastra al pensamiento hasta los mismos límites de sus indispensables y siempre renovados ‘callejones sin salida’. Es a mi juicio la música, ese medio seductor de una intuición reveladora más allá de las palabras, más allá del bien y del mal, en el cual el papel del pensamiento tal como podemos comprenderlo sigue siendo profundamente elusivo. Pensamientos demasiado profundos no tanto para las lágrimas como para el propio pensamiento.”[4]
La literatura estaría en desventaja con respecto a la música a la hora de transmitir o plasmar los pensamientos más puros por su subordinación a la lengua, y más aún: a la lengua escrita. Probablemente, los pensamientos puros, los que aún no han sido corrompidos por el lenguaje habitual, carecen de la lógica que la lengua exige. El lenguaje es a la vez vehículo y frontera del pensamiento. El lenguaje es siempre el límite a la hora de la enunciación, y la música puede surcar esa frontera. Una insondable para las letras, cuyos intentos por llegar a esa pureza de pensamiento -dadaísmo, surrealismo-, se han quedado en meras anécdotas de la historia de la literatura. Porque lo mejor de la literatura es su lógica, su íntima complicidad con el lenguaje, y la multiplicidad de éste para enunciar la realidad. “La realidad, al pasar por la literatura, se organiza y cambia"[5] dice Rossi, y también: "una carta a un hermano puede escribirse de muchísimas maneras: pensar -¡señores!- es descubrir ese hecho espantoso."[6] La literatura es expresión del pensamiento procesado, la música es expresión del pensamiento primordial.
[1] George Steiner, Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento.
[2] Ídem.
[3] Ídem.
[4] Ídem.
[5] Alejandro Rossi, Manual del distraído.
[6] Ídem.
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